LOS AZTECAS, LOS INCAS Y LOS MAYAS

Los Aztecas: 

su asombrosa lucha por la supervivencia

De nuestro corresponsal en México

“Tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando e otros vendiendo, [...] e entre nosotros hobo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño e llena de tanta gente no la habían visto.”

LA ANTERIOR cita corresponde a la descripción que hizo Bernal Díaz del Castillo, soldado del ejército del conquistador español Hernán Cortés, de la ciudad azteca de Tenochtitlan cuando la vio en 1519.

Según el libro Los aztecas, de Gene S. Stuart, a la llegada de los españoles poblaban la ciudad entre 150.000 y 200.000 habitantes. Lejos de ser un lugar primitivo, era una metrópoli que se extendía sobre un área de varios kilómetros cuadrados; una ciudad de puentes, calzadas elevadas, canales y suntuosos edificios destinados al culto. Siendo la capital, Tenochtitlan constituyó el corazón del Imperio azteca.

Para muchos lectores, sin embargo, la idea de una ciudad azteca pacífica y armoniosa quizás esté en contradicción con el concepto popular de que los aztecas no eran más que salvajes sanguinarios. Si bien es cierto que este pueblo creía que sus dioses necesitaban sangre y corazones humanos para mantener la vitalidad, no es menos cierto que su historia y su cultura encierran mucho más que derramamiento de sangre. Y comprender su lucha por la supervivencia permite entender mejor la tenaz lucha que con este mismo fin han librado sus descendientes hasta nuestros días.


El surgimiento de los aztecas

A decir verdad, los aztecas ocuparon un breve período de la historia de la civilización mesoamericana. La mayoría de los investigadores creen que los primeros habitantes de México emigraron de Asia a Alaska por el estrecho de Bering, desde donde se desplazaron hacia el sur (véase ¡Despertad! del 8 de septiembre de 1996, págs. 4, 5).

Afirman los arqueólogos que la cultura más antigua que floreció en Mesoamérica fue la olmeca, la cual, según los entendidos, surgió hacia el año 1200 a.E.C. y prevaleció alrededor de ochocientos años. Pero no fue sino hasta 1200 E.C. —más de dos milenios después— cuando empezaron a destacarse los aztecas, cuya cultura duraría apenas trescientos años y cuyo poderoso imperio dominaría en la zona solo cien años antes de caer por la espada de los invasores españoles.

No obstante, en el cenit de su gloria, el Imperio azteca reflejó un esplendor pocas veces igualado. Una obra menciona que “los aztecas crearon un imperio que se extendía hacia el sur hasta Guatemala”, y The World Book Encyclopedia dice de ellos lo siguiente: “Fueron los aztecas poseedores de una de las civilizaciones más adelantadas de América. Construyeron ciudades tan grandes como cualquier ciudad europea de la época”.


Orígenes legendarios

A pesar de la prominencia del pueblo azteca, poco se sabe de sus orígenes. Según una leyenda, la voz azteca se deriva de aztlán, que, según se cree, significa “tierra blanca”. Se desconoce la exacta localización de Aztlán o si en realidad existió.

Sea como fuere, cuenta la tradición que los aztecas fueron el último de siete clanes que partieron de Aztlán, y siguiendo las órdenes de su dios Huitzilopochtli, iniciaron una larga odisea en busca de un lugar donde establecerse. La tribu vagó durante muchas décadas, sufriendo increíbles penalidades y privaciones y librando guerras casi de continuo con otros pueblos de la región. Mas su peregrinación no sería eterna. 

De acuerdo con la leyenda más conocida, Huitzilopochtli les había indicado que buscaran la señal de un águila posada sobre un nopal. La errante tribu supuestamente divisó este prodigioso signo en un islote pantanoso del lago de Texcoco, donde finalmente se asentaron y fundaron una ciudad, conocida después con el nombre de Gran Tenochtitlan (que significa “piedra que emerge del agua”). En opinión de algunos, este nombre le vino por un patriarca legendario llamado Tenoch. 

En la actualidad, Tenochtitlan yace enterrada bajo la Ciudad de México.
Fueron los aztecas brillantes ingenieros y artesanos. Utilizando el lecho del lago como fundamento, ampliaron el perímetro de la ciudad por el sistema de estacados y terraplenes. El islote comunicaba con tierra firme a través de calzadas elevadas. También construyeron una serie de canales.

No obstante, durante este período no se conoció generalmente a los constructores con el nombre de aztecas. Cuenta la leyenda que su dios Huitzilopochtli les dio una nueva denominación cuando salieron de Aztlán, a saber, mexicas, nombre que con el tiempo llevarían las tierras circundantes y todos sus moradores.

Ahora bien, los mexicas, o aztecas, no estaban solos en esta región. Rodeados de enemigos, tuvieron que forjar alianzas con los pueblos vecinos, y aquellos que no aceptaban pacíficamente sus condiciones se veían enseguida enzarzados en combates a muerte. 

De hecho, los aztecas tenían un carácter belicoso. Su dios sol, Huitzilopochtli, era solo una de las muchas divinidades que exigían regularmente el sacrificio de corazones palpitantes y víctimas humanas. Los prisioneros de guerra constituían la reserva principal que alimentaba los altares de sacrificio. Este uso de los cautivos por parte de los aztecas infundía terror en el corazón de sus enemigos.

Así, el reino azteca comenzó a ensancharse desde Tenochtitlan, y en poco tiempo llegó al sur, a zonas de la actual Centroamérica. La cultura azteca asimiló nuevas ideas y costumbres religiosas, y sus arcas empezaron a engrosarse con riquezas fabulosas procedentes del tributo que imponían a sus nuevos vasallos. 

La música, la literatura y el arte aztecas alcanzaron una gran perfección. Dice la revista National Geographic: “Por la monumental calidad de su arte, los aztecas deben figurar entre los escultores más talentosos de la historia”. La civilización azteca se hallaba en su máximo apogeo a la llegada de los españoles.


La conquista

En noviembre de 1519 el emperador mexica, Moctezuma II, acogió pacíficamente a los españoles y a su comandante, Hernán Cortés, creyendo ver en este la encarnación del dios azteca Quetzalcóatl. Los españoles aceptaron la hospitalidad que les brindaron los supersticiosos aztecas. Sin embargo, estos permitieron ingenuamente que los visitantes vieran los tesoros de oro de Tenochtitlan. 

Cortés tramó febrilmente la manera de confiscarlo todo. En un acto de bravuconería, apresó a Moctezuma en su propia ciudad. Hay quienes dicen que el emperador aceptó su condición de rehén prácticamente sin protestar. Sea como fuere, Cortés logró conquistar la capital de este vasto imperio sin disparar un tiro.

Pero aquella incruenta victoria no tardó en convertirse en un baño de sangre. Cortés debió abandonar inesperadamente la ciudad para atender una emergencia en la costa, y confió el mando a un hombre impulsivo de nombre Pedro de Alvarado. Este, temeroso de que en ausencia de Cortés el pueblo se rebelara contra él, decidió atacar primero, y efectuó una gran matanza de aztecas mientras celebraban un festival. 

A su regreso, Cortés encontró la ciudad sublevada. En el curso de la contienda que entonces estalló, Moctezuma fue muerto, quizás por los españoles, aunque según la versión de estos, Cortés lo obligó a dirigir la palabra a sus súbditos para tratar de apaciguarlos, pero fue lapidado por su propio pueblo. Cortés y unos cuantos sobrevivientes heridos escaparon con vida.

Agotado y herido, Cortés reorganizó sus tropas. A los españoles se unieron las tribus vecinas, que odiaban a los aztecas y anhelaban sacudirse su yugo. Cortés regresó a Tenochtitlan. Se cuenta que durante el sangriento sitio que tuvo lugar, los aztecas sacrificaron a los soldados españoles que capturaron, lo que enfureció a los hombres de Cortés y acrecentó su determinación de ganar a toda costa. Un historiador azteca relata que las antiguas tribus vasallas de los mexicas “se vengaban de ellos muy cruelmente de lo pasado, y les saquearon cuanto tenían”.

El 13 de agosto de 1521 cayó la Gran Tenochtitlan. Los españoles y sus aliados obtuvieron el dominio completo de los mexicas. La revista National Geographic refiere: “En un abrir y cerrar de ojos, las grandes ciudades y centros ceremoniales [de Mesoamérica] fueron reducidos a ruinas, a medida que los españoles batían la tierra en busca de oro. Los conquistadores esclavizaron y cristianizaron a los pueblos nativos y disolvieron el imperio azteca, la última de las grandes civilizaciones indígenas”.

La conquista produjo cambios no solamente de orden político. Los españoles introdujeron una nueva religión, el catolicismo, que a menudo impusieron con la espada. Es cierto que la religión azteca era de carácter sanguinario e idolátrico, pero lejos de desarraigar todo vestigio del paganismo, el catolicismo formó una curiosa sociedad con aquel. 

Tonantzín, diosa a quien se adoraba en el cerro del Tepeyac, fue reemplazada por la Virgen de Guadalupe, cuya basílica se levanta en el mismo lugar donde antaño se tributaba culto a dicha diosa. En las festividades religiosas que se celebran hoy en honor de la Virgen, los adoradores danzan frente a la basílica al ritmo de bailes ancestrales paganos.


¿Sobrevivieron los aztecas?

Aunque el Imperio azteca desapareció hace ya mucho tiempo, su influencia aún se deja sentir. Voces como chocolate, tomate y chile son préstamos de la lengua azteca, el náhuatl. Además, la mayoría de la población mexicana desciende de los conquistadores españoles y las razas indígenas.

En muchas partes de México todavía prevalecen las antiguas culturas indígenas, pues algunos grupos étnicos procuran conservar sus tradiciones ancestrales. Hay, en total, 62 grupos indígenas reconocidos y 68 dialectos registrados en la República Mexicana. Un estudio reciente llevado a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática concluyó que hay más de cinco millones de personas de cinco años para arriba que hablan una lengua indígena. 

La revista National Geographic comenta: “Sin poder y en la pobreza a lo largo de siglos de colonización, dictaduras y rebeliones, los sobrevivientes han preservado sus lenguas, sus culturas populares y una voluntad inquebrantable de autodeterminación”.

Aun así, la mayoría de los descendientes de los orgullosos aztecas viven en la pobreza, y a duras penas se ganan la vida trabajando diminutas parcelas. Muchos habitan en zonas aisladas donde escasean las oportunidades de educación. El progreso económico ha sido difícil para la mayoría de los mexicanos nativos, y su situación es típica de los pueblos indígenas de todo México y Centroamérica. Ha habido voces que se han levantado en su favor. 

La guatemalteca Rigoberta Menchú, ganadora del premio Nobel de la Paz, hizo este electrizante llamamiento: “Tenemos que borrar las barreras que existen de etnias, de indios y ladinos, de lenguas, de mujer y hombre, de intelectual y no intelectual”.

Lamentablemente, la situación —pasada y presente— de los aztecas es un triste ejemplo más de que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). Se necesitan más que palabras electrizantes y discursos demagógicos para cambiar la suerte de los pobres y los menos favorecidos del mundo. Varios hablantes de lengua náhuatl han abrazado gustosamente la esperanza bíblica de un gobierno, o “reino”, mundial venidero (Daniel 2:44; véase el recuadro de esta página).

Algunos se muestran remisos a la idea de que se enseñe a la población indígena acerca de la Biblia. Piensan que la religión de quienes hablan náhuatl —una fusión de catolicismo y paganismo azteca antiguo— forma parte de su patrimonio cultural y debe conservarse. Pero aquellos que han abierto su corazón al mensaje de la Biblia han experimentado verdadera liberación de la superstición y la falsedad religiosa (Juan 8:32). La Biblia ofrece la única esperanza verdadera de supervivencia para los miles de descendientes de los aztecas.

[Nota]

Mesoamérica es el nombre dado a la región “que se extendía hacia el sur y el este desde México central y abarcaba partes de Guatemala, Belice, Honduras y Nicaragua” (The American Heritage Dictionary). Por civilización mesoamericana se designa “al conjunto de culturas aborígenes que se desarrollaron en partes de México y Centroamérica antes de la exploración y conquista española del siglo XVI” (Encyclopædia Britannica).


“Me encanta enseñar la verdad a los hablantes de lengua náhuatl”

  NACÍ en un pequeño pueblo de México llamado Santa María Tecuanulco, a solo 60 kilómetros de Ciudad de México. Es un lugar hermoso y de gran verdor situado en las laderas, donde la gente se gana la vida cultivando flores. Cuando llega el momento de cortarlas, es un deleite ver tantos colores por todas partes. 

Todos los habitantes de Santa María hablaban náhuatl, una antigua lengua mexicana. Recuerdo que cada casa tenía un nombre para identificarla, en náhuatl, por supuesto. La mía se llamaba Achichacpa, que significa “donde el agua corre”. Cuando tenía que dar la dirección, decía a la gente los nombres de las casas que estaban alrededor de la mía. Aún hoy muchas casas tienen nombre. Aprendí a hablar español en 1969, a los 17 años. Pienso que el náhuatl es una lengua hermosa; desafortunadamente, solo la gente mayor lo habla; los jóvenes apenas lo saben.

  Yo era la única en el pueblo que estudiaba con los testigos de Jehová. De repente, todos querían que mis hijos y yo nos fuéramos. Me presionaban para que aportara dinero regularmente a la Iglesia Católica, pero me negaba a hacerlo. Mis parientes ni siquiera me hablaban. A pesar de la fuerte oposición, me bauticé en diciembre de 1988. Doy gracias a Jehová por que mis tres hijas son evangelizadoras de tiempo completo y mi hijo es un cristiano bautizado. Me encanta predicar las buenas nuevas en Santa María. A las personas mayores les predico en náhuatl. Estoy decidida a seguir sirviendo a nuestro amoroso Dios, Jehová, quien es compasivo con gente de todas las razas.—Colaboración.

Cronología comparativa de algunas de las principales culturas y acontecimientos de América y el mundo

desde 1200 a.E.C. hasta 1550 E.C.
                       INQUISICIÓN ESPAÑOLA
1500 E.C.
                       RENACIMIENTO EUROPEO
          AZTECA
                       CRUZADAS “CRISTIANAS”
          TOLTECA
1000 E.C.
                       BIZANTINA
500 E.C.
          TEOTIHUACÁN
                       CRISTIANISMO PRIMITIVO
                       ROMANA
          ZAPOTECA
                       GRIEGA
                       EGIPCIA
500 a.E.C.
          MAYA
          OLMECA
                       ASIRIA
1000 a.E.C.

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Una mirada a la edad de oro de los Incas

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Perú

Había llegado el solsticio de invierno, la época de la gran fiesta en honor del Sol. Cuando el cielo raso invernal clarea sobre Cuzco, la devota multitud atraviesa las grandes murallas curvas que encierran el templo del Sol.

La atención de todos se centra en el sumo sacerdote cuando este sacrifica la llama y le arranca el corazón aún palpitante, con el que realiza una ceremonia de adivinación para determinar la suerte del nuevo año. Con un espejo de plata pulido y brillante que sostiene en la mano, dirige un rayo solar hacia un trozo de algodón. Este se enciende después de unos instantes, y una vez más arde el fuego sagrado. Comienza la fiesta de nueve días de duración.

LOS incas y su civilización han maravillado por igual a exploradores, historiadores y amantes de la historia desde hace mucho tiempo. Sus fabulosas riquezas en oro y plata, que los conquistadores españoles saquearon, cambiaron todo el sistema económico europeo. Sus prodigiosas obras de ingeniería, como la ciudadela del misterioso Machu Picchu, la fortaleza de Sacsahuamán, en los alrededores de Cuzco, y el ingenioso sistema de riego que idearon, son mudo testimonio de una brillante tecnología. 

Incluso hay quienes afirman que los incas no conocían el robo, el ocio o los vicios en general. En cualquier caso, ya es sorprendente que un gobierno central pudiese controlar a un variado conjunto de tribus perfectamente acomodadas entre las grietas y escondrijos de algunas de las montañas más altas y peligrosas del mundo.

Un origen envuelto en el misterio

¿Quiénes fueron los incas? ¿De dónde procedían? ¿Qué ocasionó el desmoronamiento de su poderoso imperio?

Nadie sabe con certeza de dónde procedían. Hay quienes aprecian ciertas similitudes con los antiguos egipcios: tanto al faraón egipcio como al soberano inca se les rindió culto como hijos del dios-Sol, y en ambos casos existía la costumbre de casarse con sus hermanas para preservar la “sangre real”. Algunos de los ritos religiosos eran idénticos, y las embarcaciones que usaban para cruzar el lago Titicaca eran muy parecidas a las balsas de juncos egipcias. No obstante, pese a estas similitudes, también hay una gran cantidad de diferencias importantes, por lo que su origen egipcio queda seriamente en entredicho.

Ha de señalarse que, según una leyenda inca, el antiguo pueblo incaico sobrevivió a un diluvio. El libro Sociografía del Inkario dice a este respecto: “Todas las tradiciones de los del altiplano andino hablan de un diluvio que había sumergido toda la tierra”. Una leyenda inca dice que todas las criaturas perecieron. Sin embargo, otra versión afirma que algunos individuos, “escondidos en una gruta situada en la cima de una montaña muy elevada, fueron salvados y repoblaron la tierra”.

Resulta sorprendente la similitud de esta historia con el relato bíblico del Diluvio. No obstante, los antepasados de los incas debieron llegar a Sudamérica algún tiempo después de la confusión de las lenguas en Babel. (Génesis 11:1-9.)
¿Cómo eran los incas? ¿Cómo vivieron? Para saberlo, retrocedamos a su edad de oro.

Cómo se vivía en un ayllu del Imperio inca

Estamos en el año 1500. Nos asomamos a un valle salpicado de pequeñas viviendas, un ayllu, o comunidad inca, formado por un clan familiar que vive y trabaja junto. Todo el Imperio inca está subdividido en ayllus, cuyos jefes reciben el nombre de curaca. La vivienda familiar está hecha de piedra y adobe, y tiene el techo de paja. Prácticamente carecen de mesas, sillas u otras comodidades. Dos veces al día toman sentados en el suelo una comida sencilla a base de patatas desecadas, maíz, quinua y carne curada de llama. Al caer la noche, la familia duerme también sobre el suelo.

Un misterioso temor al mal impregna la vida del inca sin importar donde esté. Nos acercamos a un grupo de indígenas reunido en torno a los cimientos recién colocados de una habitación de adobe, donde un hombre mete ceremoniosamente el feto desecado de una llama en un nicho empotrado en la edificación. Se pretende con esto apaciguar a la Pachamama, o madre Tierra, y proteger la casa del mal. Más adelante se introducirán en las juntas de las paredes otros fetiches —hechos de restos de animales, conchas y plumas—, o se tejerán en el techo de paja.

Los incas creen que el mal puede acaecerles incluso cuando duermen, y que los sueños son aventuras reales que tiene el alma cuando abandona el cuerpo durante la noche. Puede que a la mañana siguiente consulten a un hechicero para que les interprete el sueño.

La esperanza de vida de los incas es corta, pero creen en la reencarnación. Por eso guardan meticulosamente los pedacitos de uñas recortados, el pelo y los dientes por si el espíritu los necesitara al volver. Si la persona ha sido buena, cuando muera irá a un lugar de espera llamado Hananpacha; si no ha sido muy buena, al Hurinpacha, y si ha sido mala, al Ucupacha, donde experimentará sufrimientos; este es un concepto muy similar al del cielo, purgatorio e infierno de la cristiandad.

La gloria de Cuzco

A continuación nos acercamos a la extensa fortaleza de Sacsahuamán, que protege la ciudad de Cuzco, corazón del Imperio inca. Centenares de obreros incas arrastraron por montañas y barrancos enormes bloques de piedra cortados en canteras lejanas, algunos de los cuales pesaban más de cien toneladas. Con estas piedras se construyeron tres impresionantes muros en zig-zag, que obligan a cualquier posible invasor a dar la espalda a los arqueros y lanceros incas, convirtiéndose en un blanco perfecto.

En este preciso momento la muchedumbre abarrota la plaza del templo del Sol y aclama la entrada de una procesión triunfal que lleva consigo a un grupo cautivo de campesinos sobrecogidos y asustados. Los prisioneros miran perplejos hacia los enormes edificios del templo, coronados con tejados de paja y adornados con oro resplandeciente.

En el atrio del templo, los contables incaicos registran debidamente el número de prisioneros, animales y otros artículos del botín de esta última campaña. Si los jefes cautivos se han rendido pacíficamente, se les lleva junto con sus hijos ante los amautas, maestros profesionales que les enseñarán el idioma, las normas de la religión y las leyes del pueblo inca. 

Con el tiempo se les enviará de nuevo a su clan, pero esta vez como representantes incaicos. No obstante, sus hijos serán retenidos en Cuzco con el fin de escolarizarlos. De este modo se asegura que los jefes no se rebelen contra sus apresadores cuando se les deje en libertad.

Una tribu vecina estuvo a punto de acabar con los incas hacia las primeras décadas del siglo XV. El envejecido soberano inca, Viracocha, fue obligado a huir de Cuzco, pero su hijo Pachacuti reorganizó el ejército y expulsó a los invasores. Animado por esta victoria, se lanzó a la conquista de otras tribus, y así dio forma a un imperio compuesto por diversas naciones.

Sin embargo, la prosperidad del imperio no dependía únicamente del despojo conseguido en las guerras. El secreto de su riqueza está en la mita, un programa de trabajo por turnos impuesto sobre todos los súbditos por el soberano inca. Como una familia solo necesita unos sesenta o setenta días al año para obtener el alimento necesario de sus cosechas, puede dedicar el resto del tiempo a la mita. 

De ese modo todos participan por turnos en el cultivo de los campos que pertenecen al templo, en la construcción de puentes, caminos, templos y terrazas de cultivo, o en la extracción de oro y plata. Millones de obreros ocupados le dan al imperio un aspecto de inmenso hormiguero, controlado desde Cuzco por el soberano inca y una jerarquía de jefes sobre millares, centenas y decenas.

La ley inca mantiene operante este sistema. El delincuente puede ser condenado a morir arrojado a las bestias salvajes. No sorprende que el índice de criminalidad sea tan bajo. Además, hay otros medios eficaces de prevenir brotes de rebelión. Cada nueve días se celebra una fiesta en la que el propio soberano gratifica a todos con una bebida alcohólica, la chicha.

Llega el ocaso

Así permaneció el Imperio inca por años, hasta que el impacto de acontecimientos internos y externos lo condujeron a la ruina. A la muerte del soberano Huayna Cápac, su hijo Huáscar le sucedió en el trono. Sin embargo, un hijo ilegítimo de Huayna Cápac, Atahualpa, se sublevó, y dio comienzo una guerra civil. Murieron miles de incas. El descontento y el odio dividieron lo que había sido un pacífico dominio. Atahualpa se hizo con el poder.

Al nuevo soberano no le preocupó apenas oír que un puñado de hombres protegidos con corazas deambulaba por aquellas montañas. Poco se imaginaba que aquellos visitantes de piel pálida iban a ser la punta de lanza de una invasión internacional de gran alcance y que infectarían a su pueblo de plagas mortíferas que diezmarían notablemente el imperio.

Convencido por sus adivinos de que saldría victorioso, Atahualpa viajó hasta Cajamarca (en el norte del actual Perú) al encuentro de un pequeño grupo de invasores españoles. Aunque acompañado por miles de seguidores, iba completamente desarmado. Un fraile católico se le acercó y le ofreció un libro sagrado con el objeto de convertirlo al catolicismo, pero Atahualpa tiró el libro al suelo. En ese momento rugieron los cañones españoles, y unos seis mil incas murieron en el ataque.

Se decidió dejar con vida a Atahualpa para que revelara dónde guardaba todo el oro. Él ofreció llenar una habitación entera de artículos de oro a cambio de su libertad. Aceptada su generosa oferta, el prisionero mantuvo su palabra, pero los españoles no. Atahualpa fue estrangulado, y con su muerte se puso el Sol sobre el Imperio inca.

Si bien el tiempo ha envuelto en un halo de romanticismo a los incas, no se debe olvidar que, pese a todos sus grandes logros, eran esclavos del culto al Sol y de la superstición. Aún hoy, algunas comunidades andinas de ascendencia incaica siguen bajo el dominio de las tradiciones religiosas —modificadas ligeramente por el catolicismo—, del estilo de vida austero y de las supersticiones de sus antepasados.

No obstante, conviene destacar que muchos han abandonado esos temores supersticiosos. El Creador era para los antiguos incas una deidad distante a la que se accedía por medio de las huacas (objetos de culto) y deidades secundarias. Sin embargo, en la actualidad algunos de sus descendientes han aprendido acerca del verdadero Dios, Jehová, que está muy cerca de todo el que le busca. (Hechos 17:27.)

Algunos datos sobre el Imperio inca

*¿Qué significa la palabra “inca”?

  El término se aplicó primero al rey o gobernante, al que también se llamaba Cápac-Inca, que significa “soberano”. También se empleó para aludir a todos los descendientes varones de sangre real. Hoy se aplica a todos los habitantes del antiguo imperio.

*¿Cuántos habitantes hubo en el Imperio inca?

  Se dice que cuando el imperio estuvo en la cúspide de su grandeza, llegó a tener seis millones de habitantes, aunque por lo menos en una fuente figura la cifra de doce millones. Estas cantidades dan una idea de la verdadera extensión del imperio, si se tiene en cuenta que para aquel tiempo la población de la Tierra era notablemente inferior a la actual.

*¿Cómo se comunicaban los incas?

  Sobre todo verbalmente, pues no sabían leer ni escribir. El quechua, su idioma, se habla, pero no se escribe, aunque últimamente se ha procurado darle forma escrita a partir de la estructura gramatical de otros idiomas. Algunos mensajes oficiales se comunicaban por medio del quipu, un conjunto de cordeles anudados que servían para registrar información.

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(EN RESUMEN SOBRE LOS INCAS)


Cómo perdieron los incas su imperio dorado

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN EL PERÚ

Amanecía. Los rayos del alba surcaban el cielo y teñían de un suave rosa las nevadas cumbres andinas. Los incas más madrugadores acogían gustosos el calor que disipaba el frío nocturno a 4.300 metros de altitud. Tras descender lentamente hasta el Templo del Sol, en el centro de la capital del Imperio inca (Cuzco, nombre que significa “ombligo del mundo”), los rayos solares se reflejaban en los dorados muros. 

En el jardín del Inca, frente al templo, refulgían las figuras de oro macizo de llamas, vicuñas y cóndores. Los caminantes veneraban a su dios Sol lanzando besos al aire. ¡Qué agradecidos estaban al astro al que atribuían la bendición de la vida y el sustento!

ENTRE los siglos XIV y XVI dominó la costa occidental de Sudamérica el gran imperio dorado de los incas, un pueblo regido por brillantes arquitectos y técnicos, y organizado con miras al progreso social. Su fabuloso reino abarcaba unos 5.000 kilómetros: desde el extremo sur de la actual Colombia hasta la Argentina. De hecho, “los incas creían controlar casi todo el mundo” (National Geographic). Les parecía que fuera de sus fronteras no había nada digno de conquistar. Mientras, el resto del mundo no tenía noción alguna de que existiera esta potencia.

¿Quiénes eran los incas y qué origen tuvieron?
¿Quiénes los precedieron?

Los vestigios arqueológicos revelan que no eran autóctonos del continente. Los precedieron por siglos, y aun milenios, culturas muy avanzadas que los especialistas denominan lambayeque, chavín, mochica, chimú y tiahuanaco.
Estas primeras civilizaciones adoraban animales tales como jaguares, pumas y aun peces. 

Frecuentemente veneraban a los dioses de las montañas. La cerámica de algunas tribus indica que rendían culto al sexo. Cerca del lago Titicaca, en lo alto de la frontera del Perú con Bolivia, una tribu edificó un templo que contenía emblemas fálicos, idolatrados en ritos de la fertilidad para pedir una buena cosecha a la Pacha-Mama (Madre Tierra).

Mito y realidad

Para el año 1200 aparecieron los incas. El cronista Garcilaso de la Vega, hijo de una princesa inca y de un caballero hacendado español, refiere la leyenda de que el dios Sol había enviado al lago Titicaca a su hijo, el primer inca, Manco Cápac, así como a la hermana y consorte de este, para unir a todos los pueblos en el culto solar. Aún hoy se cuenta este relato a los niños en algunas escuelas.

Mitos aparte, es probable que los incas surgieran de los tiahuanacos, tribu del lago Titicaca. Su imperio expansionista fue absorbiendo muchas obras magistrales de las tribus sometidas; así, acometieron la extensión y perfeccionamiento de los canales y bancales. 

No obstante, los incas se destacaron por sus colosales edificaciones. Hay muchas teorías sobre cómo se las ingeniaron los arquitectos para construir la fortaleza santuario de Sacsahuamán, erigida sobre una elevada meseta que domina la ciudad de Cuzco. Sin utilizar mortero unieron enormes monolitos de 100 toneladas. Los movimientos sísmicos apenas han afectado el acople de las piedras de los muros de la antigua ciudad de Cuzco.

El reluciente Templo del Sol

En la ciudad real de Cuzco, los incas instituyeron el sacerdocio para que diera culto al Sol en un templo de piedra pulida y muros interiores revestidos de oro y plata de gran pureza. Además, fundaron conventos especiales, como el que se ha reconstruido en el templo solar de Pachácamac, a las afueras de Lima. 

Preparaban a jóvenes muy hermosas desde los ocho años de edad para ser ‘vírgenes del Sol’. Los hallazgos demuestran que los incas también realizaban sacrificios humanos. Ofrecían niños a los apus (dioses de las montañas), como lo muestran los cadáveres infantiles congelados que se han encontrado en las cumbres de los Andes.

Aunque los incas y las tribus predecesoras desconocían la escritura, idearon un modo de llevar registros: el quipu, o quipo, o sea, “cada uno de los ramales de un conjunto de cuerdas de distintos colores y con nudos distintos de que se valían los indios del Perú para consignar tanto relatos como cálculos o cuentas” (Diccionario de uso del español, de María Moliner).

¿Qué consolidaba el imperio?

El gobierno central se afianzaba en una legislación rigurosa y en una estudiada planificación. Era requisito esencial que todos supieran quechua, el idioma inca, del que se dice que “es el lenguaje más comprensivo, el más variado así como el más elegante de los dialectos de América del Sur” (El quechua al alcance de todos). Aún lo hablan cinco millones de montañeses peruanos y millones de ciudadanos de cinco países que integraron el imperio. Una colectividad del sudeste del lago Titicaca aún habla aimara, lengua divergente del quechua preincaico.

El quechua unificó al casi centenar de tribus sometidas y ayudó a los curacas (caciques) a gobernar sus respectivas aldeas, en las que cada familia tenía asignado un campo. Después de la conquista, los incas dejaban pervivir las danzas y fiestas tribales y organizaban funciones teatrales y juegos para mantener contentas a las tribus subyugadas.

La contribución de la mita

El imperio carecía de moneda; el oro, como tal, no tenía valor y su único atractivo era que reflejaba el sol. Solo se imponía una contribución: la mita (en quechua, “turno”) o participación por turnos de los súbditos indígenas en trabajos forzados, que reclutados por millares realizaban las numerosas carreteras y edificaciones incaicas.

Gracias a estos obreros, los grandes constructores incas trazaron una red vial de más de 24.000 kilómetros. Comenzando en Cuzco, forjaron un sistema de calzadas de piedra que comunicaba los puntos más lejanos del imperio. Las utilizaban los chasques, veloces correos que se hallaban estacionados en cabañas situadas a intervalos de uno a tres kilómetros. 

Cuando llegaba un corredor con su mensaje, el siguiente salía corriendo a su lado como su relevo. Con este sistema se cubrían 240 kilómetros por día. En breve plazo, el soberano inca recibía informes de todo su imperio.

A lo largo de los caminos, el Inca mantenía grandes almacenes repletos de víveres y ropa para uso de sus ejércitos expedicionarios. El Inca evitaba en lo posible la guerra. Recurría a la diplomacia y enviaba emisarios que invitaban a las tribus a sometérsele, con la única condición de aceptar el culto al Sol. 

Si así lo hacían, les permitía continuar en sus tribus, bajo la dirección de instructores incas. Pero si se negaban, eran víctimas de conquista implacable. Las calaveras del enemigo se utilizaban como cálices para beber chicha, licor de alta graduación que resulta de la fermentación del maíz.

El imperio se expandió rápidamente y alcanzó su máxima extensión de norte a sur durante la gobernación del noveno Inca, Pachacuti (desde el año 1438), su hijo Topa Inca Yupanqui y el conquistador y político Huayna Capac. Pero esta situación no iba a perdurar.

Del norte llegan invasores

En torno al año 1530 bajaron de Panamá el conquistador Francisco Pizarro y sus hombres, seducidos por las noticias de que había oro en aquella tierra inexplorada, que a la sazón se hallaba en plena guerra civil. Atahualpa había derrotado y aprisionado a su hermanastro, el príncipe Huáscar, legítimo heredero del trono, y avanzaba hacia la capital.

Tras un arduo trayecto, Pizarro y sus hombres llegaron a Cajamarca, ciudad del interior, donde el usurpador Atahualpa les dio una buena recepción. Pero los españoles, valiéndose de la traición, lograron sacarlo de su litera y apresarlo, al tiempo que mataron por sorpresa a miles de soldados.

Pese a hallarse cautivo, Atahualpa prosiguió con la guerra civil. Despachó emisarios a Cuzco para que asesinaran al Inca Huáscar, así como a centenares de miembros de la familia real. Sin pretenderlo, facilitó los planes de conquista de Pizarro.

Al percibir las ansias de oro y plata que tenían los españoles, Atahualpa prometió que si lo liberaban les pagaría un rescate: llenaría un amplio aposento de estatuillas de los preciosos metales. Pero fue en vano. De nuevo medió la traición. Una vez acumulado el rescate prometido, Atahualpa, el decimotercer Inca, idólatra según las estimaciones de los monjes, recibió el bautismo católico y luego murió estrangulado.

El principio del fin

Aunque la captura y ejecución de Atahualpa asestó un golpe mortal al Imperio inca, su agonía se prolongó unos cuarenta años a causa de la resistencia indígena a los invasores.

Cuando Pizarro y sus hombres recibieron refuerzos, decidieron mudarse a Cuzco para apoderarse de más oro inca. En su empeño no escatimaron los suplicios más crueles para arrancar a los indios secretos sobre tesoros o para reprimir las sublevaciones.

Acompañado del hermano de Huáscar, el príncipe Manco II, que era el Inca en perspectiva (Manco Inca Yupanqui), Pizarro avanzó hacia Cuzco y expolió su inmenso caudal de oro. La mayoría de las imágenes de oro se fundieron para hacer lingotes y enviarlos a España. 

No es de extrañar que los piratas ingleses se afanaran tanto por capturar los galeones españoles que transportaban los suntuosos tesoros del Perú. Sobrecargado de riquezas, Pizarro partió rumbo a la costa, donde fundó en 1535 la ciudad de Lima, su centro de gobierno.

Manco Inca Yupanqui, que para entonces ya se había dado perfecta cuenta de la avaricia y perfidia de los conquistadores, organizó una insurrección. También se alzaron otros indios, pero acabaron retirándose a lugares remotos para resistir lo mejor que pudieran. Uno de estos refugios seguros tal vez haya sido la ciudad sagrada de Machu Picchu, oculta en las montañas.

El último Inca

Cuando llegó la etapa final, Túpac Amaru, hijo de Manco Inca Yupanqui, pasó a ser el Inca (1572). Para entonces gobernaban el Perú los virreyes españoles. Uno de ellos, el virrey Toledo, se propuso exterminar a los incas. Acompañado de un gran ejército, penetró en la región de Vilcabamba, apresó a Túpac Amaru en la selva y lo llevó a Cuzco, junto con su mujer encinta, para ejecutarlos. Allí, un indio cañari alzó la cuchilla de ejecución sobre Túpac Amaru. Los millares de indígenas congregados en la plaza exhalaron gemidos cuando decapitó de un solo tajo a su Inca. A sus capitanes les infligieron suplicios mortales o los ahorcaron. Con toda crueldad se suprimió el imperio incaico.

Los virreyes, así como la multitud de frailes y sacerdotes, fueron dejando su impronta, positiva y negativa, en los indios, quienes por largo tiempo fueron meros esclavos. A muchos los obligaron a trabajar en las minas de oro y plata, entre ellas el rico yacimiento argentífero de la montaña de Potosí (Bolivia). Para soportar el trato inhumano, se narcotizaban con la hoja de coca. El Perú y Bolivia no se independizaron de España sino hasta principios del siglo XIX.

Los actuales descendientes de los incas

¿En qué situación se hallan hoy los descendientes de los incas? A diferencia de la capital del Perú, Lima, que como tantas capitales modernas alberga millones de residentes, en las provincias a veces se diría que el reloj se detuvo hace un siglo. Muchas poblaciones aisladas aún viven bajo el control clerical. Para el labrador indio, la iglesia de la plaza del pueblo es la mayor atracción. 

La multitud de santos con espléndidos ropajes, las luces multicolores, el altar dorado, las velas encendidas, los ritos místicos del sacerdote y, sobre todo, los bailes y fiestas, son un atractivo medio de satisfacer su necesidad de esparcimiento. Pero estos deslumbrantes espectáculos nunca arrinconaron las antiguas creencias. Y el consumo de la hoja de coca, a la que se atribuyen poderes místicos, aún influye en muchos.

Con espíritu indomable, los hijos de los incas, mestizos muchos de ellos, conservan sus coloridos bailes y el huaino, su música. Aunque son algo tímidos con el extraño, su hospitalidad innata no tarda en aflorar. Quienes conocen de primera mano a los descendientes del Imperio inca, observan su lucha cotidiana por sobrevivir y comparten sus penas y alegrías, no pueden menos que conmoverse ante su historia.

La educación que produce cambios

En una entrevista concedida a ¡Despertad!, Valentín Arizaca, descendiente de indios de habla aimara, del pueblo de Socca, a orillas del lago Titicaca, dijo lo siguiente: “Antes de ser testigo de Jehová, era católico sólo de nombre. Mis amigos y yo participábamos en muchos ritos paganos. También mascaba coca, pero ahora todo eso ha quedado atrás”.

Petronila Mamani, de 89 años, guarda vivos recuerdos de las supersticiones que la mantenían en constante temor de ofender a los apus: “Siempre hacía ofrendas para apaciguar a los dioses de las montañas y asegurarme el sustento. No quería desagradarles y arriesgarme a recibir las consiguientes plagas. 

Ahora que soy anciana veo las cosas de otra manera. Gracias a la Biblia y a los testigos de Jehová me he librado de aquella forma de pensar”.

Los testigos de Jehová alfabetizan a muchos indios de las lenguas quechua y aimara, que a su vez enseñan la Biblia a sus paisanos. De este modo, miles de indígenas que hablan las lenguas incaicas o el español reciben una educación que mejora su calidad de vida. También aprenden la promesa que Dios hace en la Biblia de que pronto instaurará un nuevo mundo de justicia, paz y rectitud en toda la Tierra (2 Pedro 3:13; Revelación [Apocalipsis] 21:1-4).

[Nota]

El término inca se refiere por igual tanto al soberano supremo del imperio como a cada indígena.

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Los Mayas, pasado y presente

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN MÉXICO

SE DICE que constituyeron una de las más grandiosas culturas de América. Tal afirmación no sorprende, pues aquellos antiguos pobladores de Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras y México fueron excepcionales en los campos de la arquitectura, pintura, alfarería y escultura. 

Concibieron, además, un elaborado sistema de escritura, hicieron grandes progresos en las matemáticas e incluso perfeccionaron un calendario que tomaba como base el año solar. ¿De quiénes hablamos? De los mayas, artífices de una de las más ricas y brillantes civilizaciones del continente americano.

Gran parte de lo que sabemos de este antiguo pueblo se ha aprendido de los relieves e inscripciones en piedra. Su sistema de escritura contenía más de ochocientos caracteres, muchos de ellos jeroglíficos, con los que dejaron testimonio de su historia y sus costumbres en escalinatas y dinteles, así como en losas y pilares de piedra. 

También escribían sobre papel, elaborado con la albura de una higuera silvestre llamada amate, y formaban libros (conocidos como códices) doblando las hojas en forma de acordeón y colocándoles tapas de piel de jaguar. Aunque unos cuantos de aquellos volúmenes han sobrevivido hasta nuestros días, la gran mayoría fueron destruidos cuando los españoles conquistaron a los mayas cerca del año 1540 de nuestra era.

Se cree que el primer asentamiento agrícola maya tuvo lugar unos mil años antes de Cristo, en las tierras bajas del norte de Guatemala. Sin embargo, su cultura alcanzó el máximo esplendor entre los años 250 y 900 de nuestra era, durante el llamado período clásico. Repasemos brevemente lo que se conoce de los antiguos mayas.

Arquitectos magistrales

Los mayas esculpieron la piedra con maestría; también construyeron con cemento y piedra caliza magníficos templos y pirámides. Estas últimas se parecen mucho a las de Egipto, por lo que en el pasado hubo quienes concluyeron —erróneamente— que este pueblo descendía de los egipcios.
En Guatemala, Honduras y la península de Yucatán (al sur de México) se han encontrado ruinas de ciudades mayas construidas en piedra. 

En su apogeo, el imperio abarcaba más de cuarenta de tales poblaciones, y cada una tenía entre 5.000 y 50.000 habitantes. “En la época de mayor prosperidad, el pueblo maya bien pudo haber alcanzado los dos millones de personas, que se concentraban en su mayoría en las tierras bajas de la actual Guatemala”, señala The New Encyclopædia Britannica.

Ahora bien, aquellas espléndidas construcciones urbanas jamás se habrían levantado sin el arduo trabajo de los laboriosos campesinos. Aparte de cultivar alimento para sus familias, debían trabajar en la construcción y producir las cosechas para mantener a los nobles y a los sacerdotes, cuyas ocupaciones se consideraban más importantes.

La vida familiar

La familia maya era muy unida. Con frecuencia vivían bajo el mismo techo abuelos, padres e hijos. Los hombres y los muchachos mayores atendían casi todas las labores del campo; las jóvenes aprendían a cocinar y confeccionar la ropa, y cuidaban de sus hermanos menores.

Entre sus cultivos figuraban el aguacate, el chile y el camote (batata), pero su principal fuente de alimentación era el maíz, que se preparaba de múltiples maneras; por ejemplo, formando discos redondos y planos, hoy conocidos como tortillas. Hasta el balché (una bebida embriagante) lleva este grano como primer ingrediente. Se calcula que el 75% de los alimentos que consume la población maya hoy día contiene maíz en alguna de sus formas, si bien es posible que en el pasado la proporción fuera aún mayor.

Multitud de divinidades

La religión constituía una parte fundamental de su vida. Adoraban a una gran multitud de deidades (en un solo documento se mencionan 160). Por citar solo algunas, estaban el dios creador, el dios del maíz, el dios de la lluvia y la divinidad solar. Las mujeres iban en peregrinación al templo de la diosa Ixchel, en la isla de Cozumel, para rogar que las hiciera fértiles o, si ya estaban embarazadas, que el parto no tuviera complicaciones.

Para los mayas, cada día tenía importancia religiosa y cada mes del calendario, su propia fiesta. Además, el entierro de los muertos merecía ceremonias especiales. Después de pintar el cadáver de rojo, lo enrollaban en un petate (esterilla de palma), junto con algunas pertenencias, y lo enterraban bajo el piso de la casa donde había vivido. 

A los gobernantes les brindaban un trato diferente: sacrificaban a la servidumbre para sepultarla con ellos debajo del templo, en el interior de una pirámide, junto con diversos utensilios que consideraban necesarios para la otra vida.

Durante sus rituales llegaban a perforarse las orejas, las extremidades inferiores e incluso la lengua. Las escenas representadas en esculturas, murales y cerámicas revelan que los sacrificios formaban asimismo parte de la religión. “Frecuentemente los llevaban a cabo con toda clase de animales —explica el doctor Max Shein en su libro El niño precolombino—, pero el sacrificio supremo era el de la vida humana. 

Las víctimas de estos ritos eran soldados enemigos y esclavos, pero también niños de ambos sexos.” Algunos historiadores hablan de un tiempo en el que se ofrecían novias al dios de la lluvia: arrojaban viva a una joven a un cenote sagrado de Chichén Itzá; si esta continuaba con vida al ponerse el Sol, la sacaban del pozo, pues se entendía que el dios seguía contento con la novia sacrificada anteriormente.

El presente

The New Encyclopædia Britannica explica que, después del año 900 de nuestra era, “la civilización maya clásica tuvo un rápido declive que dejó las grandes ciudades y los centros ceremoniales vacíos y a merced de la vegetación selvática”. Nadie sabe a ciencia cierta qué provocó la caída de aquella civilización. Algunos la atribuyen al desgaste de la tierra; otros, a la escasez de alimento, que obligó a los campesinos a recurrir a métodos agrícolas destructivos, mientras que los demás huyeron a ciudades que se hallaban de por sí atribuladas por la superpoblación y la miseria. 

Cualquiera que haya sido la causa, su cultura no se extinguió por completo, pues en la actualidad existen unos dos millones de mayas, concentrados principalmente en el norte de Yucatán (México) y en Guatemala.

En su mayoría dicen ser católicos, y la Iglesia ha hecho lo imposible por ganarse sus simpatías. Por ejemplo, “en 1992 —informó la agencia Associated Press—, año del quinto centenario de la conquista española de Guatemala, la jerarquía eclesiástica de la nación pidió disculpas por los abusos cometidos contra los indígenas durante la evangelización del país”.

Sin embargo, su conversión al catolicismo no implicó el abandono de la religión ancestral, sino todo lo contrario, ya que muchos sacerdotes aceptan que las ceremonias y creencias católicas se fusionen con rituales autóctonos. 

Un ejemplo lo tenemos en la tradicional creencia maya del animismo, según la cual todos los cuerpos (animados o inanimados) poseen fuerza de vida. La Iglesia ha asimilado el concepto, aunque disfrazado con un manto de catolicismo, lo cual motiva a varios clérigos a preguntarse cuánto paganismo puede tolerar su religión sin dejar de llamarse cristiana.

Los mayas y los testigos de Jehová

Los Testigos diseminan las verdades puras de la Biblia en las tierras donde predominan los mayas, y encuentran que muchos responden favorablemente. Veamos tan solo dos ejemplos.

“Yo ocupaba un puesto de honor y cierta prominencia dentro del círculo indígena en el que crecí —explica el hermano Caridad—, aunque eso no impidió que llevara una vida de despilfarro caracterizada por las borracheras.” Al igual que mucha gente de origen maya, él mezclaba el catolicismo con el espiritismo. “Cuando estaba enfermo —relata—, iba a ver a un hechicero.” 

Un día, sus hijas empezaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. “Poco a poco me fui interesando —confiesa—, sobre todo cuando observé el cambio en la conducta de mis hijas. No tardé en estudiar también.” ¿Cuál fue el resultado? “La verdad me ha ayudado a conocer y amar a Jehová —añade—. He abandonado todas las prácticas y costumbres que le desagradan, y me he librado del temor y la superstición.”

Paula, guatemalteca de origen maya, se encontraba de duelo por la muerte de sus dos hijos. “Siempre les ponía altares —nos cuenta—. Todas las noches, durante dos horas, leía la Biblia que una monja me había dado, tratando de encontrar respuesta a la pregunta: ‘¿Dónde están mis hijos muertos?’.” Al poco tiempo, Paula comenzó a estudiar las Santas Escrituras con los testigos de Jehová y a asistir a sus reuniones. 

“Me explicaron con claridad la Palabra de Dios —señala—. Me siento feliz al saber que el Reino de Dios eliminará la enfermedad y la muerte. Siempre estoy pensando en la esperanza de la resurrección.” (Juan 5:28, 29.) Hoy día, Paula lleva a su prójimo las buenas nuevas del Reino de Dios porque, como dice, “todavía hay mucha gente que necesita ayuda”.

[Nota]

Es común ver a los mayas persignarse después de haber caminado varios kilómetros para visitar la capilla de San Simón, donde se da culto a una imagen de madera de origen incierto.

El calendario maya

  Los mayas crearon un calendario anual bastante preciso, que incluso tomaba en cuenta el año bisiesto.

  El año consistía en 365 días: 364 repartidos en 28 semanas de 13 días, y el día número 365 (el 16 de julio), que iniciaba el nuevo año. ¿Qué hay de los meses? En este calendario (reproducido sobre estas líneas) había 18, cada uno con 20 días. Así, las semanas y los meses transcurrían independientes, con una sola excepción: cada 260 días (resultado de multiplicar 13 por 20), el principio de la semana y del mes caían en la misma fecha. Como señala la Enciclopedia Encarta 2000, “el calendario maya, aunque muy complejo, era el más exacto de los conocidos hasta la aparición del calendario gregoriano”.


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Cronología maya

Olmecas

1200 a.E.C.
500 a.E.C.


La cultura olmeca es el nombre de la civilización que se desarrolló durante el Período Preclásico Medio. Aunque se han encontrado vestigios de su presencia en amplias zonas de Mesoamérica, se considera que el área nuclear olmeca —o zona metropolitana— abarca la parte sureste del estado de Veracruz y el oeste de Tabasco. Se desconoce, a cabalidad, la filiación étnica —esto es, quiénes son los antepasados de este pueblo—; sin embargo, hay numerosas conjeturas que han intentado resolver el problema de la identidad de los olmecas. 

En ese sentido, es necesario hacer la aclaración de que el etnónimo olmeca les fue impuesto por los arqueólogos del siglo XX, y no debe ser confundido con el de los olmeca-xicalancas, que fueron un grupo que floreció en el Epiclásico en sitios del centro de México, como Cacaxtla.

Durante mucho tiempo se consideró que la olmeca era la cultura madre de la civilización mesoamericana.1 Sin embargo, no está claro el proceso que dio origen al estilo artístico identificado con esta sociedad, ni hasta qué punto los rasgos culturales que se revelan en la evidencia arqueológica son creación de los olmecas del área nuclear. Se sabe, por ejemplo, que algunos de los atributos propiamente olmecas pudiesen haber aparecido, primero en Chiapas o en los Valles Centrales de Oaxaca. 

Entre otras dudas que están pendientes de respuesta definitiva, está la cuestión de los numerosos sitios asociados a esta cultura en la Depresión del Balsas (centro de Guerrero). Sea cual haya sido el origen de la cultura olmeca, la red de intercambios comerciales entre distintas zonas de Mesoamérica contribuyó a la difusión de muchos elementos culturales que son identificados con la cultura olmeca, incluidos el culto a las montañas y a las cuevas; el culto a la Serpiente Emplumada, como deidad asociada a la agricultura, el simbolismo religioso del jade e, incluso, el propio estilo artístico, que fue reelaborado intensamente en los siglos posteriores a la declinación de los principales centros de esta sociedad.

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Totonacos


Los totonacas son un pueblo indígena mesoamericano que habita principalmente en el Estado de Veracruz. En la antigüedad, formaban una confederación de ciudades; pero hacia principios del Siglo Xl se encontraban bajo el dominio de los zapotecos.


Fueron convertidos en siervos de los españoles bajo el sistema de encomiendas, convirtiéndose en siervos de los colonos y caciques indígenas, particularmente en el naciente cultivo de caña de azúcar, durante la gobernación de Nuño de Guzmán.3 Poco tiempo después, Cempoala fue deshabitada y su cultura extinguida y olvidada. La antigua cultura totonaca volvió a ser descubierta a fines del siglo XIX por el arqueólogo e historiador mexicano Francisco del Paso y Troncoso.4

Los antiguos totonacas se desarrollaron en la parte central de Veracruz y hacia el clásico tardío, su área ocupacional llegaba al sur hasta la cuenca del río Papaloapan, al oeste a los municipios de Acatlán estado de Oaxaca, Chalchicomula estado de Puebla, el Valle de Perote, las sierras de Puebla y de Papantla y las tierras bajas del río Cazones. Lo más relevante de la cultura totonaca se alcanzó durante el clásico tardío cuando construyeron centros ceremoniales como El Tajín, Yohualichán, Nepatecuhtlán, Las Higueras, Nopiloa y el Zapotal. Esta zona es conocida como el totonacapan, el sufijo nahuatl -pan (sobre) refiere "lugar" o "tierra".

Son admirables los adelantos y perfección de formas alcanzados en la elaboración de yugos, palmas, hachas, serpientes cobra, caritas sonrientes y las esculturas monumentales de barro. Al parecer, los totonacas formaron parte del imperio de Tula y a partir de 1450 fueron conquistados por los nahoas (Aztecas) de la Triple Alianza y se unieron a las tropas.

Actualmente, habitan en 26 municipios del norte del Estado de Puebla y 14 municipios del norte del Estado de Veracruz, en México, y conservan su idioma y costumbres ancestrales

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Zapotecas

a.E.C.
E.C.

Evidencia arqueológica indica que su cultura data desde hace 3500 años. Aproximadamente entre los siglos XV y XIV a. C., tuvo lugar el primer desarrollo urbano importante de la cultura zapoteca, con centro en San José Mogote. Se desarrollaron en los años 500 a.C.-1000 d.C., durante el horizonte Preclásico, los zapotecos se establecieron en los valles centrales del actual estado de Oaxaca. Así, mientras Teotihuacan florecía en el centro de México y las ciudades mayas en el sureste, Monte Albán, centro ceremonial construido en lo alto de un cerro, era la ciudad más importante de la región oaxaqueña.
Los primeros zapotecos eran sedentarios, vivían en asentamientos agrícolas, adoraban un panteón de dioses encabezados por el dios de la lluvia, Cocijo -representado por un símbolo de la fertilidad que combinaba los símbolos de la tierra-jaguar y del cielo-serpiente, símbolos comunes en las culturas mesoamericanas. Una jerarquía de sacerdotes regulaba los ritos religiosos, que a veces incluyeron sacrificios humanos. 
Los zapotecas adoraban a sus antepasados y, creyendo en un mundo paradisíaco, desarrollaron el culto a los muertos. Ellos tenían un gran centro religioso en Mitla y una magnífica ciudad en Monte Albán, donde prosperó una civilización altamente desarrollada, posiblemente hace más de 2000 años. En el arte, la arquitectura, la escritura (jeroglíficos), las matemáticas, y la astrología (calendarios), los zapotecas parecen haber tenido afinidades culturales con los olmecas, los antiguos mayas, y más adelante con los toltecas.

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Teotihuacanos

500 E.C.


Los orígenes de Teotihuacán son todavía objeto de investigación entre los especialistas. Alrededor del inicio de la era cristiana, Teotihuacán era una aldea que cobraba importancia como centro de culto en la cuenca del Anáhuac. Las primeras construcciones de envergadura proceden de esa época, como muestran las excavaciones en la Pirámide de la Luna. El apogeo de la ciudad tuvo lugar durante el Periodo Clásico (ss. III-VII d. C.). En esa etapa, la ciudad fue un importante nodo comercial y político que llegó a tener una superficie de casi 21 km2, con una población de 100 000 a 200 000 habitantes. 

La influencia de Teotihuacán se dejó sentir por todos los rumbos de Mesoamérica, como muestran los descubrimientos en ciudades como Tikal y Monte Albán, entre otros sitios que tuvieron una importante relación con los teotihuacanos. El declive de la ciudad ocurrió en el siglo VII, en un contexto marcado por inestabilidad política, rebeliones internas y cambios climatológicos que causaron un colapso en el Norte de Mesoamérica. La mayor parte de la población de la ciudad se dispersó por diversas localidades en la cuenca de México.

Se desconoce cuál era la identidad étnica de los primeros habitantes de Teotihuacán. Entre los candidatos se encuentran los totonacos, los nahuas y los pueblos de idioma otomangue, particularmente los otomíes. Las hipótesis más recientes apuntan a que Teotihuacán fue una urbe cosmopolita en cuyo florecimiento se vieron involucrados grupos de diverso origen étnico, como muestran los descubrimientos en el barrio zapoteco de la ciudad y la presencia de objetos provenientes de otras regiones de Mesoamérica, sobre todo de la región del Golfo y del área maya.

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Toltecas

1000 E.C.


La cultura tolteca es una de las culturas precolombinas de Mesoamérica. Se trata de la expresión de un pueblo nahua (Aztecas) que dominó en el norte del altiplano mexicano entre los siglos X y XII. Algunos de sus principales centros fueron Huapalcalco en Tulancingo y la ciudad de Tollan-Xicocotitlan, localizada en lo que actualmente se conoce como Tula de Allende (estado de Hidalgo, México). Esta ciudad es célebre por sus singulares estatuas de piedra llamadas atlantes.

Los toltecas inician su peregrinación desde un sitio que llaman Huehuetlapallan (Vieja tierra roja), país del reino de la antigua Tollan, inician su peregrinación en un año ce Técpatl 511 d. C. y vagan alrededor de una edad compuesta de 104 años, guiados por siete señores Zacatl, Chalcatzin, Ehecatzin, Cohualtzin, Tzihuacoatl, Metzotzin y Tlapalmetzotzin, llegan a Tollantzinco el cual abandonan 20 años después, retirándose catorce leguas al poniente donde fundan Tollan (Tollan-Xicocotitlan) o Tula, del nombre de su patria, su monarquía inicio en el año 7 acatl 667 d. C. y duró 384 años,1 teniendo 8 gobernantes o tlahtoques.

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PFC777

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